lunes, 19 de mayo de 2014

Su casa estaba llena de espejos

Su casa estaba llena de espejos. Grandes y pequeños. Tenía uno en la mesa del comedor, justo en frente de su asiento y un espejo de pié estaba colocado justo al lado de la televisión. Había colocado un espejo grande en el techo encima del sofá, otro aún más grande encima de su cama, y dos a los lados para no dejar de verse mire a donde mire al dormir. Espejos en el vestidor para verse desde todos los ángulos, de pies a cabeza. En el cuarto de baño tenía más espejos de los que suele haber en un cuarto de baño, y a lo largo de todo el pasillo diminutos espejos recorrían desordenadamente las paredes. Podías encontrar espejos en el fondo de los armarios, y espejos pequeños en cualquier cajón. El pequeño espejo que descansaba sobre su cuidada mesa de estudio era el más elegante de todos, enmarcado filigranas doradas. Estaba situado bajo la ventana, delante de sus papeles, al lado de la pantalla de su ordenador.

Los que han visitado su casa, asombrados, creen de él que es un hombre enfermizamente presumido, egocentrista, narcisista, ensimismado... Nunca le dijeron lo que pensaban, por supuesto, y por ello él nunca se molestó en sacarles de su error. No se admira en sus espejos, no pasa horas contemplándose, no le causa agrado -ni tampoco desagrado - ver su imagen. No es un hombre vanidoso, por el contrario, es un hombre cuidadoso y sus espejos son solo un aviso:

No quiere olvidar lo ridícula que una persona puede llegar a ser.
G.K.